Yo soy un convencido de que en este país no reina ni la UDI y su conservadurismo, ni RN y su liberalismo mágico, ni el PPD y su, cualquiera sea la guevá que entrega el PPD, ni el PC y su visión romántica premodernista, ni ningún gil que se de el arduo trabajo de gastar millones y muchos más de esos, que tampoco son suyos, pero que obviamente deberá pagar en cómodas cuotas de tres leyes por mandato. Ninguno de estos reina, ni gobierna -o como usted quiera llamarlo-, porque en el Chile de hoy, y desde que el parlamentarismo terminó en septiembre del 24’, reina la vieja culiá.
Indomable, por más que se intente razonar largas horas, con la tele prendida -evidentemente en Sábado Gigante-; inconmensurable, porque su sillón de tela y madera posee un sinfín de flores en todos los posibles tonos cafés del universo, sillón que más que un sitial del descanso de la nalga es un trono desde donde el golpe del bastón en las canillas no es más que una ley recién promulgada y que su incongruencia constante, en que puede pasar en cosa de segundos de decir amén en misa a emitir un comentario racista, antisemita, homofóbico, intolerante y perspicaz.
La vieja culiá es por definición una matriarca, o por lo menos actúa como si lo fuera. Todos los domingos enciende la tele en el mega, trece o cualquier canal que tenga la misa a las nueve, porque aunque duerme solamente cuatro horas y las pepas las tiene abiertas desde las cinco, la raja le pesa más que el cuerpo de paz de la ONU y no puede ir a misa si no la llevan, pero a la hora de tratar de vagos a los niños que andan en skate en la plaza es la primera. En cualquier defecto, si los niños tienen los monitos en la mañana, no dudará en encender la radio a todo volumen, pero la misa la escucha igual, aunque durante la transmisión se le escuche decir “mierda” quince veces más que “amén”. Aunque los niños quieran ser niños y no quieran tomarse la leche con grumos que le preparó. Aunque el vecino sea nochero y solo quiera descansar.
Pero esta señora, que le grita a la Mafalda (o como se llame la llorona de la telenovela de turno) más que a su marido y no es capaz de darse cuenta que la Mafalda no le hablará de vuelta porque en realidad es una tele (y la Mafalda no existe). A esta señora no debemos tomarla por peso mosca, no señoras, señores, señoritas o señoritos. Esta señora, viva representación de la palabra “ignorancia” no es sola dueña de las críticas a las decisiones de los miembros de su familia. La vieja culiá es dueña de tu país.
Si.
Tal cual.
El tuyo. Y del país del lado también.
Porque cuando llega la hora de tirar la línea vertical con el lápiz mina no se equivoca, no falla y no falta. Y tú, amiguito mio, pequeño querubín, que naciste con la bolsa de pan congelado del Lider bajo el brazo, si. Tú faltarás cien veces, fallarás ciento cincuenta y te equivocarás doscientos treinta y siete, y las tres veces que irás a votar te serán suficientes para llenarte la boca de tu pastel de choclo de discurso sobre cumplir con tu deber cívico. Y ella, la muy desgraciada, se quedará calladita como núnca en todo el resto del año con su lápiz mina se orinará en todo atisbo de moral moderna que te quede.
Porque ella es dueña del voto, porque si bien no es mayoría a la hora de ir al estadio nacional a mirar la teletón (nada más que por los artistas entre comillas), sí es la mayoría a la hora de ir a votar. Y ojo, la vieja culiá no ve la franja, no lee las propuestas y no escucha a los candidatos, porque según ella “son todos mañosos”, ella vota por el que tiene la sonrisa más grande y el que en los titulares de las noticias de la tele abierta grita más fuerte sobre acabar con la delincuencia, porque aunque nunca haya visto a otro morir de hambre, cree firmemente que el que roba por necesidad o ignorancia es altamente más peligroso que el poderoso que empuja a la sociedad de un país entero a la miseria moral, espiritual, legal, social. Pero a una plenitud económica.
Vieja culiá.
Vieja conchasumadre.
Aunque ella no tiene la culpa, así que perdóname, porque tú simplemente eres más vivaracha que todos nosotros juntos. Somos nosotros los giles. Los imbéciles que no somos capaces de mover la nalga izquierda, porque la tenemos dormida, e ir a votar. Porque preferimos patear la piedra en el facebook que salir a la calle. O también, porque preferimos andar webiando en la calle, como si fuéramos una gran fuerza llena de poder, a meter un séptimo de las yemas de dos dedos para dejar el mísero papelito que termina escribiendo los libros que nuestras hijas y nuestros hijos leerán en cuarto básico, cuando comiencen a darse cuenta de las cagás que sus papás hicieron.
Por flojera.
Necesito un trago.